Pensé arrojar tu fotografía,
tu idolatrada fotografía,
al jardín, para que rodase
perdida en el mayor
anonimato, tal vez pisada
por algún niño risueño
u orinada por el perro
del vecino.
Luego consideré que ese gesto
perpetuaba en su trazado
imaginario un destino
demasiado singular
para tu imagen adorada.
Preferí dejarla intacta
en mi cartera
y esperar a que ese día
llegue, en que al mirarte,
no te vea.
Vicente Cervera, La partitura, 2001.
Caperucitazul está escuchando...
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