miércoles, 11 de julio de 2012

Futuro



Cuando volví de Lieja, decidí prepararme las oposiciones aunque, por si acaso, volví a solicitar otro lectorado. Me lo concedieron, esta vez en Rouan (Francia). A todo esto, él, que andaba por Barcelona, decidió marcharse a Cambrigde y luego a Neuchâtel (Suiza) y allá que me largué yo también esperando a ver qué pasaba y por aquello del poco tiempo que llevábamos juntos y lo lejos que estábamos siempre.

Pero los dos volvimos a España y, cosas de la vida, sacamos la plaza. 

Entre todo esto, una buena amiga se marchó a Noruega. Todavía recuerdo cómo lloraba porque no aprobó las oposiciones. Fui yo quien la animó a marcharse con el lectorado. Hoy sigue allí, casada con su "vikingo" (como ella lo llama) y trabajando de profesora. Acaba de tener un hijo y tiene permiso de maternidad durante un año. Cuando se acabe, su marido cogerá su permiso de seis meses. Además, ahora le van a subir el sueldo porque ha cursado un máster. Hace un tiempo, se lo volvieron a subir porque aprobó el examen de Noruego. Ella también tiene dos meses de vacaciones más Navidad y Semana Santa. Cobra más del doble de lo que cobro yo, pero a nadie se le ocurre decirle que es una privilegiada. Tampoco la culpan de los males del sistema educativo.

Durante todo este año, pero hoy más que nunca, me cuestiono si hice bien en volver. 

Sí, definitivamente hice bien. 

Si no hubiera vuelto, no habría conocido a personas que hoy son importantes en mi vida (¡por qué narices tengo que ser tan sentimental!)

Sin embargo, hoy tengo unas ganas terribles de salir pitando de aquí. Otra vez.

Tiempo al tiempo.




jueves, 5 de julio de 2012

Ahí

A mi amiga le duele siempre el vientre. En un punto exacto donde, según sus indagaciones, no existe órgano alguno. Mi amiga me muestra un gráfico del cuerpo humano. Con sus provincias vitales, sus caminos de arterias, su alboroto de venas. Y en ese rojo mapa lleno de circunstancias, me señala un milímetro despoblado. «Me duele justo ahí», me dice, «en el vacío». Es comprensible que le duela algo tan grave.


Andrés Neuman, Microrréplicas

lunes, 25 de junio de 2012

¡40!

Blogger me acaba de informar que Maestros y Margaritas tiene 40 seguidores de los cuales 4 son públicos y 36 anónimos. Todavía estoy alucinando, ¿de verdad estáis ahí? ¿Quiénes sois? ¿Me lee tanta gente? Uff, demasiadas preguntas en esta tarde calurosa. Pues nada, que si os apetece y pasáis por aquí dejadme un mensajico, un comentario, aunque sea anónimo, que me haría mucha ilusión.

Caperucita Azul os regala una canción y os da las gracias por pasar, de vez en cuando, a leer sus despropósitos.





miércoles, 20 de junio de 2012

Manifiesto Azul 12


¿Qué mejor que la literatura para olvidarse de uno mismo? ¡Ya está aquí Manifiesto Azul 12!

Y como a la mayoría de lobos que acechan el blog de Caperucita Azul no se lo voy a poder dar en mano, pues aquí os dejo un enlace de descarga gratuito.

¡Qué hermosura, señores!

domingo, 17 de junio de 2012

I like it




•  El chocolate. En todas sus formas y colores.

Dormir acurrucada, como si la infancia no se hubiera ido.

El tacto de las sábanas recién lavadas en mis pies.

Que me acaricien el pelo sin que yo lo pida.

Sonreír cuando saludo. 

Que me sonrían.

Llorar inconsolablemente y, tres segundos más tarde, echarme a reír.

Abrirme una cerveza después y fumar mirando al vacío desde el balcón, como si fuera la protagonista de una tragedia griega que bebe cerveza y fuma, porque en mis tragedias los anacronismos no existen.

Imaginar que vivo en algún lugar remoto y que todas las mañanas me despierta el olor a café recién hecho.

Imaginar que esa misma mañana, un poco más tarde, abro la puerta de casa y la nieve llega hasta el portal entonces no puedo ir a trabajar y me paso toda la mañana en pijama con una taza de café calentándome las manos.

Que me despierte la luz del sol y no el sonido del móvil.

El olor de la vainilla que llevan las natillas de mi madre.

Creer que algún día seré la dueña de un bar al que vendrán todos mis amigos y yo les serviré cervezas muy frías. 

Pasear en bicicleta por ciudades desconocidas mientras escucho música y me imagino que vivo allí.

Las películas de Capra. Cualquiera de ellas, pero sobre todo Vive como quieras.

Imaginar que soy la protagonista de Qué bello es vivir y James Stewart me acompaña a mi casa entonando canciones cursis y me dice que me regala la luna, entonces yo le digo que la acepto y así nos pasamos diez minutos diciendo chorradas de lo más ridículo hasta que un vecino gordo y feo le grita que se deje de rollos y que me bese.

Viajar a cualquier sitio para escapar de la realidad.

El olor del pan recién hecho.

Besar. En todas sus formas y modalidades. 

Que me besen.

Pasarme diez minutos embobada mirando la estantería de mi salón repleta de libros sin decidirme a coger ninguno.

La gente que sonríe con los ojos antes que con la boca.

Las mañanas de los sábados en las que no hay nada que hacer.

Escribir listas como esta para sacudirme la tristeza.

martes, 12 de junio de 2012

Lugares comunes




La literatura es un conjunto de tópicos. Los lugares comunes, los topoi, son algo así como una serie de temas que se repiten en obras, autores y épocas  por los siglos de los siglos. Algunos los han definido de manera existencialista: los tópicos son la expresión de la angustia del alma humana, preocupaciones universales del hombre. Y no les falta razón: los tópicos hablan de los miedos (la muerte, el vacío, el sufrimiento, el paso del tiempo, el desamor) y esperanzas (la belleza, la perfección, la verdad, el amor). Y así tenemos una lista interminable de palabrejas en latín que nosotros, los profesores, usamos para asustar a los alumnos y que la mayoría de los escritores ni siquiera conocen. Pero el buen lector sabe que los lugares comunes ya fueron configurados en los orígenes de nuestra literatura, en los clásicos griegos y latinos (que a su vez, no son más que la plasmación por escrito de las preocupaciones eternas que cantaban los pueblos alrededor del fuego). Por eso, la palabra “original” es un imposible y el mundo, la literatura, no es más que dar vueltas y vueltas sobre las mismas preocupaciones, miedos y esperanzas.

En la vida también existen los lugares comunes: situaciones, palabras, gestos o personas que, con distinto nombre o diferente formulación, parecen repetirse una y otra vez a lo largo de la vida. Algo así dijo Nietzsche con eso del “Eterno retorno”, aunque ya los griegos, como siempre,  lo formularon a la perfección cuando nos contaron que a Prometeo un águila le devoraba el hígado cada día o a Sísifo se le caía la piedra eternamente. Los lugares comunes, para los griegos,  son un castigo, una idea de la que nunca, por más que lo intentemos, podremos escapar porque estaremos condenados a volver a ella continuamente. Y esto, estaréis conmigo, es una putada.

El budismo, o alguna religión por el estilo,+ sin embargo, relaciona el eterno retorno con un aprendizaje: el ser humano repetirá los lugares comunes, sus topoi propios, una y otra vez, hasta que haya aprendido de ellos y vaya elevándose para alcanzar la perfección. Pero de esto me fío menos que de los griegos, pues ya sabemos que las religiones aparecen, entre otras cosas, para consuelo del hombre.

Vale, ahora me diréis que eso de la reencarnación no existe. De acuerdo. Pero pensad en vuestra propia y única vida y me daréis la razón cuando afirme que se os está cayendo la misma piedra continuamente. La piedra cambia de nombre y la montaña ni siquiera es la misma; a veces, incluso, la piedra es sólo un guijarro que, cuando se te cae, apenas te golpea; otras, en cambio, es una auténtica roca con la que no puede ni un vasco. El caso es que, cada cierto tiempo, os encontráis con el tópico de vuestras vidas y entonces os preguntáis qué os está queriendo enseñar esta vuestra actual reencarnación o qué narices habéis hecho para que el mismísimo Zeus os castigue de esa forma. Da igual, cuando creáis que ya habéis aprendido, daréis la vuelta a la esquina y vuestro lugar común aparecerá.

Aunque lo mismo es que, de manera inconsciente, lo vais buscando para repetirlo (pensad que eso mismo hacía el gran Quevedo con su maestro Séneca y mirad hasta dónde ha llegado en el canon literario). Lo que pasa es que, el fondo, le habéis cogido cariño a la piedra y os mola eso de que el águila devore vuestro hígado porque os hace cosquillas.

Así que, la próxima vez que os encontréis con vuestro tópico, no os enfadéis, hacedme caso: os acercáis, le sonreís y le dais una palmadita en la espalda, como a los viejos amigos.

sábado, 9 de junio de 2012

Post de viernes publicado el sábado




Nota: este es un post de autobombo y egocentrismo personal, que no todo va a ser política, oye.



Todo ha empezado cuando esta mañana ha sonado el despertador. A las seis y media, esa hora en la que todavía no se sabe muy bien qué hace uno andando a trompicones por el cuarto cuando debería estar debajo de la sábana olvidándose del mundo y sus afanes.

A lo que iba, que a las seis y media, yo ya sabía que la cosa pintaba mal. El primer error ha sido prepararme el café antes de despegar los párpados porque cuando me he venido a dar cuenta, me estaba calentando un vaso de gazpacho del Mercadona en el microondas –sí, resulta que brick del gazpacho del Mercadona es terriblemente parecido al brick de la leche President que alumbra mis mañanas.- O eso, o hay un complot entre los fabricantes de leche y gazpacho para dominar el mundo. Y a partir de ahí, todo ha sido un rodar cuesta abajo sin freno.

El coche se ha calado dos veces, he tenido que dar la vuelta cuando ya llevaba medio camino hecho porque me había olvidado de recoger al inquilino de mi coche de los viernes, he presenciado un accidente del que no quiero saber las consecuencias, después casi atropello a un gato porque, mientras el inquilino me contaba no sé qué a lo que no prestaba atención, yo iba pensando en algo así como la eternidad, total, que cuando me he dado cuenta, el bicho ya estaba justo delante y me miraba con sus ojos de “No serás capaz, ¿verdad?”…

El caso es que, mientras me pasaba buena parte de mi primera hora de trabajo más sola que la una en la sala, no sé si ha sido por el gato, el gazpacho o que a las seis y media no es sano levantarse, me ha dado por pensar en todas las cosas que me hacen llorar y casi lloro:  por ejemplo, ver en el telediario que los de no sé qué banco ofrecieron a clientes analfabetos inversiones de alto riesgo y han perdido todos sus ahorros o salir a tirar la basura y ver a mi vecino anciano sentado en el banco. Solo. 

Me hacen llorar más cosas, como hace un mes, cuando cumplí 30 y repasé mi década anterior y me gustó lo que vi (bueno, ahí lloré de felicidad). 

Algunos recuerdos también me despiertan la lagrimilla: aquel accidente con el coche en el que me puse a gritar porque yo sólo quería llegar lo antes posible a mi casa y ver que a mi padre no le había pasado nada y todo había sido un susto; o cuando me quedé sola a media noche en la estación de tren –donde ya no quedaban trenes-  de una ciudad que todavía no sé ni cómo se pronuncia y pasé toda la noche imaginándome protagonista de un libro de Dickens. O aquella otra vez, hace siglos, en la que dejé de ser Lolita y me hice mayor – por aquel entonces yo ni siquiera sabía que existía un libro que se llamaba Lolita - y le dije a Humbert que me sentía como un pez que boqueaba de asfixia y que el aire sólo podía entrar por mis pulmones si se iba y me dejaba nadar sola. Creo que todavía oigo cómo le partía el corazón.

Así que, mientras por mi mente sucedían todas estas escenas, la señal ha sonado y de repente estaba en clase contándoles a treinta pares de ojos no sé qué del pesimismo de Quevedo y el cotidie muriemur, que mira que eran cenizos los del diecisiete y bla, bla, bla.

Luego todo ha sido un llegar a casa y encender el portátil para rematar la faena: que si mañana nos van a intervenir, que si el presi va a salir a anunciar que llegan los hombres de negro,  que si internet no mola siempre... y todo mientras yo tengo el despacho hecho un desastre y va siendo hora de que limpie la cocina y me convierta en una ama de casa de bien.

Por lo que he tenido que reconocer que uno, a veces, no está a la altura de las circunstancias y la cabeza va por un sitio y el cuerpo por otro y no hay dios que lo controle. Así que, de vez en cuando, hay cosas que le hacen querer meter la cabeza debajo del ala y ponerse a leer a Séneca y hacerse estoico. Pero todo pasa por algo y menos mal que pasa porque no se puede estar en misa y repicando, que está muy feo. En el fondo, me quiero alegrar de que a la gente le vaya bien y entonces me sale una sonrisa. 

Y he decidido olvidar que, aunque no lo quisiera reconocer, me estaba entrando una rabieta de padre y muy señor mío y para que se me pasara, me he puesto a pensar que en poco tiempo  estaré perdida por la Toscana, que en diciembre me largo a Argentina y a lo mejor, un poco antes,  me voy a EEUU a ver a aquellos compis de piso con los que algunas veces nos íbamos a beber absenta al Nueva Visión. Vaya meses esos, algún día tendré que escribir sobre ellos. 

Y sea como fuere, este finde desapareceré en la playa en compañía de gente muy maja; de lectura me llevo a Séneca, que mola  y queda muy culto que lo escriba por aquí  y el lunes llegaré radiante para comenzar la última semana de este curso tan extraño.

Y no sé por qué me estaba acordando de todo esto y tenía que anotarlo. Será por el gato, por el gazpacho, por el madrugón o porque aún no he abierto a Séneca y no me he puesto a hacer de Lucilio sino de niña pequeña a la que todavía no se le ha pasado la rabieta.