miércoles, 10 de noviembre de 2010

Lecturas

Últimamente leo más que escribo, así que no tengo demasiadas cosas que decir, o mejor dicho, tengo demasiadas pero pocas ganas de escribir. Mi día se resume en trabajar, volver, preparar clases (he llegado a casi convertirme en escriba, recopilando y copiando textos; este mes le ha tocado el turno a El libro de Buen Amor), elaborar una guía de La Celestina, ir dando forma, junto a unas amigas, a un proyecto que anda en ciernes y del que, cuando sea oficial, ya diré algo (relacionado con la enseñanza de los clásicos) y preparar alguna cosilla para el Colectivo Iletrados. Y no sé si toda esta marabunta de trabajo me viene por mi tendencia innata a meterme en cualquier proyecto con el que me tropiece o si es que este año prefiero no pensar demasiado.

Sea como sea, el poco rato que tengo libre lo dedico a leer. Me he vuelto a reencontrar con la literatura -y sé que es una frase extraña en boca de una profesora de esta asignatura- pero mi relación con ella, como todas las grandes historias de amor, es una mezcla de pasión y de odio y tiene mucho de tormentosa. Algún día deberé escribir sobre esto.

En la estantería me aguardan, por este orden, El desierto de los tártaros, de Dino Buzzati, Una habitación con vistas, de Forster, Carta de una desconocida, de Zweig, un volumen de cuentos de Quim Monzó, Los juegos de la edad tardía, de Landero, y Medianoche de amor, de Michel Tournier.
Por su parte, el Dr. Faustus y La montaña mágica, de Mann, me miran fijamente desde hace unos años, pero todavía no soy capaz...o es que simplemente no me apetece. Ante ellos me siento como una niña pequeña.

Pero esta noche, me he detenido, sin embargo, con una antología que compré no hace mucho, de Jose Ángel Valente. No me gusta -creo que esto ya lo dije- hablar de poesía, ni describirla. Sólo me gusta leerla y que otros la lean (¿qué voy a decir yo de las palabras de un poeta?). Aquí os dejo algunos textos.


Análisis del vientre

Aquel vientre era para ser observado con lupa,
pues bajo el cristal cada pequeño pliegue,
cada rugosidad se hacía
multiplicado labio.

El amor, demasiado brutal,
jamás repararía,
el petulante de la viril pasión
que el aire agota de un solo trago inútil
jamás repararía.

Mas nosotros, mi amiga, analicemos
con la frialdad habitual a la que sólo
el poema se presta
la difícil pasión de lo menos visible.

+++

Cae la noche Cae la noche.
El corazón desciende
infinitos peldaños,
enormes galerías,
hasta encontrar la pena.
Allí descansa, yace,
allí, vencido,
yace su propio ser.

El hombre puede
cargarlo a sus espaldas
para ascender de nuevo
hacia la luz penosamente:
puede caminar para siempre,
caminar...
¡Tú que puedes,
danos nuestra resurrección de cada día!

+++

El amor está en lo que tendemos...

El amor está en lo que tendemos
(puentes, palabras ).

El amor está en todo lo que izamos
(risas, banderas).

Y en lo que combatimos
(noche, vacío)
por verdadero amor.

El amor está en cuanto levantamos
(torres, promesas).

En cuanto recogemos y sembramos
(hijos, futuro).

Y en las ruinas de lo que abatimos
(desposesión, mentira)
por verdadero amor.


XXXIII

Ya te acercas otoño con caballos heridos,
con ríos que rebasan el caudal de sus aguas,
con sumergidos párpados y vientres sumergidos,
con jardines que bajan descalzos hasta el mar.

Ya llegas con tambores enormes de tiniebla,
con largos lienzos húmedos y manos olvidadas,
con hilos que deshacen en aire la mañana,
con lentas galerías y espejos empañados,
con ecos que aún ocultan lo que ha de ser voz.

Y de sí desatado el cuerpo envuelto en oros
desciende oscuro al fondo oscuro de tu luz.

+++

Hoy andaba debajo de mí mismo...

Hoy andaba debajo de mí mismo
sin saber lo que hacía.

Hoy andaba debajo de la pena
con risa inexplicable.

Hoy andaba debajo de la risa
con todo el llanto a cuestas.

Hoy andaba debajo de las aguas
sin que fuese milagro comparable.

Hoy andaba debajo de la muerte
y no reconocía sus cimientos.

Andaba a la deriva por debajo del cuerpo
confundiendo los dedos con los ojos.

Hoy andaba debajo de mí mismo
sin poder contenerme.

3 comentarios:

Joselu dijo...

Hay una gran diferencia entre El doctor Faustus y La montaña mágica. Yo no he podido con el primero, dada su complejidad, pero La montaña mágica sería uno de esos libros que me gustaría sen incinerado con él y aventado al cielo de los Alpes. Es una de las lecturas que más he disfrutado en mi vida. Creo que la encontré en el momento justo. Los libros nos encuentran, y hay libros que tienen su tiempo, su circunstancia que quizás no se vuelve a repetir. Por eso temo volver a leer los libros que me entusiasmaron en otra etapa. He sufrido dolorosas decepciones. El libro no había cambiado, pero yo sí. Y no es lo mismo leer a los veintitantos que veinte años después. La vida pasa.

caperucitazul dijo...

Anoto tu recomendación, Joselu. Creo que la tendré que leer cuando me apetezca, no es un libro para leer sin devoción. Un saludo.

Anónimo dijo...

Me han encantado las poesías que has publicado. Me suena vagamente su nombre, pero reconozco que no lo conocía.
No soy profesora de Literatura, pero siempre me ha gustado leer. Yo también tengo muchos libros pendientes, supongo que nos pasa a todos no encontrar todo el tiempo que querríamos para leer.
Tendré que leer La montaña mágica, la verdad es que es uno de esos libros que siempre he tenido en mente leer, aunque no sé si estaré a su altura...
Gracias a ti y a Joselu, que me estáis abriendo nuevos conocimientos literarios.