lunes, 26 de abril de 2010

ENAMORARSE

(Aviso para navegantes: el texto es una "miajica" -que diría mi abuela -extenso)

Se levanta esta mañana con las mariposas en el estómago por la nueva conquista. Todavía resuenan en sus oídos las palabras que siempre se repiten pero que ahora parecen diferentes. Mientras está en el baño, recuerda, o quizás es la sensación que se le ha quedado pegada a la nariz y que insiste en mantenerse durante todo el día, el calor que desprendía el cuerpo del otro en la proximidad, y eso que no habían ido más allá de la barra de un bar. Intentar imaginar cómo olería su cuerpo desnudo le lleva todo lo que dura la madalena del desayuno, en un patético ejercicio de imitación literaria.

Mientras friega la taza del café, imagina cómo será la siguiente cita: el vestido que llevará, por dios que no olvide depilarse, quizá deba comprarse aquellos zapatos caros porque, aunque sabe que él no se fijará –hombres, piensa- seguro que se siente más segura con ellos. Anoche tartamudeó un par de veces cuando él la miraba fijamente. No puede volver a ocurrir.

Termina en la cocina y va de nuevo al dormitorio. Sacude las sábanas, las plancha con la mano y, cuidadosamente, comienza a hacer la cama imaginando que la deshace. Si no la llama, lo hará ella, sabe que él ha quedado impresionado pero quizás tarde en marcar el número fingiendo orgullo, quién sabe lo que pasa por la cabeza de un hombre. Aunque, reconoce, algo tan complicado sólo surge en una mente femenina. Él llamará cuando tenga un hueco libre, sin más. Y ella sabe actuar en estos casos.

Ya ha hecho la cama y entra en el baño. Coge el cepillo y lo llena de pasta dentífrica. Cepilla insistentemente el esmalte dental y se mira al espejo. Repasa mentalmente todas las etapas del amor: la primera cita –ya ha sucedido y ha sido un éxito-, la espera de la siguiente llamada, los nervios hasta que suena el teléfono, las siguientes cenas, cafés y cines, conocer a los amigos mutuos, la novedad que revolotea en los poros de la piel mientras hacen en el amor, o mejor dicho, mientras follan, que es más divertido. Lo tiene claro: le dirá todos los días “¿Follamos?” para que él se excite pensando que está con una guarra (así llamaba su madre a las que decían por la tele “follar” en vez de “hacer el amor”). Le pedirá que la llame así cuando le baje los pantalones, aunque también baraja lo de “perra” que lo escuchó una vez en una peli porno junto a su novio del instituto. De esta manera, evitarán la rutina y el sexo tendrá el sabor de la novedad. Aunque bueno, reconoce mientras enjuaga el cepillo, la monotonía llegará y ya pensarán en qué hacer para mantenerla a raya.

Ahora entra al despacho y enciende su ordenador para repasar, como todos los días, la prensa diaria. Mientras revisa los titulares y entre noticias de economía, sucesos y la previsión del tiempo, su mente divaga excitada por el nuevo amor. El brillo de sus ojos la noche anterior se mezcla con una punzada en el estómago: si todo va bien, habrá que tener en cuenta las discusiones de los primeros meses cuando cada uno exponga sus perspectivas y muestre cómo es en una relación. Serán necesarias para afianzar la pareja. Sabe que, con el tiempo, si la cosa funciona, irán a menos. Todo es parte del proceso de acoplamiento. Al menos seguirán follando, piensa para que se le quite la punzada en el estómago.

Sus ojos se pasean ahora por su cuenta de correo electrónico. Tiene algunos mensajes nuevos, los abre y los lee distraídamente mientras en su mente intenta calmar la ansiedad de la llamada que todavía no recibe. De pronto, se acuerda: junto a las discusiones sin importancia vendrá la desconfianza. Esa desconfianza inicial, previsora, no vaya a ser que se lleve un chasco y él sea un don Juan. Pero no importa: si todo sale bien, también irá desapareciendo, junto con las discusiones-acoplamiento. Mira con creciente nerviosismo el móvil, ¿y si le envía un mensaje?

Retira de su mente la idea –una de cal y otra de arena- y comienza a trabajar. Tiene que preparar unos informes para mañana. No tiene más remedio que ponerse a ello aunque sea domingo. Bueno, si la llama se hará la distraída, no vaya a pensar que la tiene en el bote, aunque con el tiempo y si acaban enamorándose, tendrán que decidir dónde van a vivir. Le daría pena abandonar su pequeño apartamento, así que tendrán que discutirlo. Mientras lo deciden, sabe que pasarán algunas semanas de discusiones, quizás él no quiera dejar su ciudad, quizás insista…pero al fin y al cabo, acabará solucionándose. Entonces se instalarán y ella le pedirá follar todos los días y él la llamará guarra y perra. Aunque con el tiempo, ella que se conoce, sabe que no tendrá ganas a diario, de hecho, posiblemente sólo querrá una vez o dos veces por semana, pero eso sí, será intenso. Descubrirá en ese momento cómo es él de verdad: ¿entenderá sus límites sexuales o, por el contrario, se cansará y se aburrirá? Ella le prometerá que cada vez que follen, será tremendamente excitante, a cambio le hará una mamada cuando él quiera. Seguramente cuando pasen unos meses ya se habrán acoplado y habrán llegado a un acuerdo. A partir de ahí, todo será tranquilidad. Bueno, luego vendrá la monotonía de la convivencia que habrán de combatir de algún modo. ¿Y si al él no le gusta salir? ¿Y si entonces descubre que se pasa las noches apoltronado en el sofá? ¿Y si no tiene junto a él la vida que había imaginado? Lo dejará, está claro., que ella es muy independiente para esas cosas y no tiene dos licenciaturas y un buen trabajo para eso. Aunque quizás no sea así y todo sea perfecto y se compenetren y se diviertan y salgan a cenar y al teatro y vayan de conciertos y viajen y disfruten compartiendo la misma música, los mismos libros, los mismos amigos y sean una pareja atípica que sabe combatir la rutina siendo amigos y amantes, aunque lo de amantes se quede para una vez por semana, eso sí, muy intensa.

No se ha dado cuenta, pero sus dedos golpean fuertemente las teclas del ordenador mientras prepara los informes. A este movimiento audaz se suma, inconscientemente, su pierna derecha que se mueve mecánicamente en un tic que se hace cada vez más intenso. Sigue escribiendo, el documento de contabilidad tiene que estar terminado hoy, quizás cuando tengan hijos no puedan salir tanto, entonces deberán quedarse en casa, quizás se aburran. Entonces tendrán que hablar para atajar la situación, que posiblemente resuelvan y sigan adelante. Aunque habrá que tener cuidado, igual él no aguanta la estabilidad y un día lo descubra navengando por internet en busca de sexo virtual y abra la puerta del despacho y se lo encuentre masturbándose mientras llama a una tía de no se sabe dónde “guarra” y “perra” a través de la web cam. O tal vez se encapriche de otra, alguna compañera de la oficina con la que tendrá un escarceo. Pero no hay por qué preocuparse, hay que pensar en positivo: crearán una relación sólida y estable, trabajarán para mantenerla a flote, hablarán de los problemas y pondrán todo de su parte, hay que arriesgar. Al final, después de muchos años, tendrán la recompensa: unos hijos maravillosos y la tranquilidad del dulce hogar labrado a base de esfuerzo. El temblor se hace cada vez más fuerte, sus ojos no ven ya la pantalla del ordenador y los dedos siguen moviéndose mientras golpean con terrible fuerza las maltratadas teclas.

Suena el teléfono. La pierna se paraliza automáticamente y los dedos congelan el movimiento justo en el instante en el que las yemas rozan el teclado. Su mirada se dirige con evidente nerviosismo a la pantalla del móvil. En ella ve reflejadas sus expectativas y una ola de calor y felicidad le invade el rostro. Tarda en reaccionar, respira hondo un par de veces para calmar la ansiedad, se aclara la garganta, piensa en lo segura que está de sí misma y en el olor que él desprende cuando está cerca de ella, piensa en sus ojos y en lo atractivo que es y en lo que le gustaría acabar en otro sitio que no fuera la barra de un bar en la siguiente cita, piensa en cuánto le gusta y que quizás este sí sea el definitivo.

Entonces alarga la mano y desconecta el móvil. En su mirada aparece una tímida sensación de alivio, deja escapar un suspiro tranquilizador y automáticamente vuelve al informe. Sus dedos mecanografían sosegadamente, en sus piernas no se atisba el menor movimiento. Su cerebro se concentra en la contabilidad mientras piensa que enamorarse, además de mariposas en el estómago, también da mucha pereza.


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