sábado, 9 de junio de 2012

Post de viernes publicado el sábado




Nota: este es un post de autobombo y egocentrismo personal, que no todo va a ser política, oye.



Todo ha empezado cuando esta mañana ha sonado el despertador. A las seis y media, esa hora en la que todavía no se sabe muy bien qué hace uno andando a trompicones por el cuarto cuando debería estar debajo de la sábana olvidándose del mundo y sus afanes.

A lo que iba, que a las seis y media, yo ya sabía que la cosa pintaba mal. El primer error ha sido prepararme el café antes de despegar los párpados porque cuando me he venido a dar cuenta, me estaba calentando un vaso de gazpacho del Mercadona en el microondas –sí, resulta que brick del gazpacho del Mercadona es terriblemente parecido al brick de la leche President que alumbra mis mañanas.- O eso, o hay un complot entre los fabricantes de leche y gazpacho para dominar el mundo. Y a partir de ahí, todo ha sido un rodar cuesta abajo sin freno.

El coche se ha calado dos veces, he tenido que dar la vuelta cuando ya llevaba medio camino hecho porque me había olvidado de recoger al inquilino de mi coche de los viernes, he presenciado un accidente del que no quiero saber las consecuencias, después casi atropello a un gato porque, mientras el inquilino me contaba no sé qué a lo que no prestaba atención, yo iba pensando en algo así como la eternidad, total, que cuando me he dado cuenta, el bicho ya estaba justo delante y me miraba con sus ojos de “No serás capaz, ¿verdad?”…

El caso es que, mientras me pasaba buena parte de mi primera hora de trabajo más sola que la una en la sala, no sé si ha sido por el gato, el gazpacho o que a las seis y media no es sano levantarse, me ha dado por pensar en todas las cosas que me hacen llorar y casi lloro:  por ejemplo, ver en el telediario que los de no sé qué banco ofrecieron a clientes analfabetos inversiones de alto riesgo y han perdido todos sus ahorros o salir a tirar la basura y ver a mi vecino anciano sentado en el banco. Solo. 

Me hacen llorar más cosas, como hace un mes, cuando cumplí 30 y repasé mi década anterior y me gustó lo que vi (bueno, ahí lloré de felicidad). 

Algunos recuerdos también me despiertan la lagrimilla: aquel accidente con el coche en el que me puse a gritar porque yo sólo quería llegar lo antes posible a mi casa y ver que a mi padre no le había pasado nada y todo había sido un susto; o cuando me quedé sola a media noche en la estación de tren –donde ya no quedaban trenes-  de una ciudad que todavía no sé ni cómo se pronuncia y pasé toda la noche imaginándome protagonista de un libro de Dickens. O aquella otra vez, hace siglos, en la que dejé de ser Lolita y me hice mayor – por aquel entonces yo ni siquiera sabía que existía un libro que se llamaba Lolita - y le dije a Humbert que me sentía como un pez que boqueaba de asfixia y que el aire sólo podía entrar por mis pulmones si se iba y me dejaba nadar sola. Creo que todavía oigo cómo le partía el corazón.

Así que, mientras por mi mente sucedían todas estas escenas, la señal ha sonado y de repente estaba en clase contándoles a treinta pares de ojos no sé qué del pesimismo de Quevedo y el cotidie muriemur, que mira que eran cenizos los del diecisiete y bla, bla, bla.

Luego todo ha sido un llegar a casa y encender el portátil para rematar la faena: que si mañana nos van a intervenir, que si el presi va a salir a anunciar que llegan los hombres de negro,  que si internet no mola siempre... y todo mientras yo tengo el despacho hecho un desastre y va siendo hora de que limpie la cocina y me convierta en una ama de casa de bien.

Por lo que he tenido que reconocer que uno, a veces, no está a la altura de las circunstancias y la cabeza va por un sitio y el cuerpo por otro y no hay dios que lo controle. Así que, de vez en cuando, hay cosas que le hacen querer meter la cabeza debajo del ala y ponerse a leer a Séneca y hacerse estoico. Pero todo pasa por algo y menos mal que pasa porque no se puede estar en misa y repicando, que está muy feo. En el fondo, me quiero alegrar de que a la gente le vaya bien y entonces me sale una sonrisa. 

Y he decidido olvidar que, aunque no lo quisiera reconocer, me estaba entrando una rabieta de padre y muy señor mío y para que se me pasara, me he puesto a pensar que en poco tiempo  estaré perdida por la Toscana, que en diciembre me largo a Argentina y a lo mejor, un poco antes,  me voy a EEUU a ver a aquellos compis de piso con los que algunas veces nos íbamos a beber absenta al Nueva Visión. Vaya meses esos, algún día tendré que escribir sobre ellos. 

Y sea como fuere, este finde desapareceré en la playa en compañía de gente muy maja; de lectura me llevo a Séneca, que mola  y queda muy culto que lo escriba por aquí  y el lunes llegaré radiante para comenzar la última semana de este curso tan extraño.

Y no sé por qué me estaba acordando de todo esto y tenía que anotarlo. Será por el gato, por el gazpacho, por el madrugón o porque aún no he abierto a Séneca y no me he puesto a hacer de Lucilio sino de niña pequeña a la que todavía no se le ha pasado la rabieta.

2 comentarios:

amelche dijo...

A veces hay que hacer posts egocentristas como este. Veo que no sólo nos engañan los bancos y los políticos, sino que, para colmo, los fabricantes de leche y los de gazpacho conspiran para hacernos la vida imposible también.

caperucitazul dijo...

Gracias por tu visita, amelche :)