miércoles, 13 de abril de 2011

Centenario de Ciorán

Hoy me entero que hace unos días fue el centenario de É. M. Ciorán, el pesimista irredento (o "el lúcido" como se define en uno de sus Silogismos de amargura).

No me gusta especialmente Ciorán, pero hay un fragmento de Breviario de podredumbre que me acompañó durante mucho tiempo como un estandarte. Quizás es su fragmento más optimista (si es que se le puede poner ese adjetivo al escritor).

Con el tiempo, he dejado de tener sentimientos tan intensos: rara vez me siento muy feliz o muy triste; si acaso, es más común lo primero que lo segundo. Vaya, quizás no sea la pesimista que siempre he creído (aunque la visión del mundo que me acompaña sea siempre oscura). Dicen por ahí que la edad es que la estabiliza las emociones; yo no llego a los treinta y me acabo de percatar de que hace tiempo que paso al lado de las exaltaciones de melancolía y no me rozan demasiado. Quizás las eche de menos.

En el centenario de Ciorán -con algo de retraso- éste es el fragmento que me sirve de homenaje, no a él, sino a una etapa de mi vida.

Me seducen las distancias lejanas, el inmenso vacío que proyecto sobre el mundo. Crece en mí una sensación de vaciedad; se infiltra en mi cuerpo como un fluido ligero e impalpable. En su avance, como una dilación hasta el infinito, siento la presencia misteriosa de los sentimientos más contradictorios que ha acogido jamás el alma humana. Soy feliz e infeliz a la vez. Estoy exaltado y deprimido, desbordado por el placer y la desesperación en la más contradictoria de las armonías. Estoy tan alegre y tan triste que en mis lágrimas se reflejan el cielo y la tierra al mismo tiempo. Aunque sea solamente por la alegría de mi tristeza, querría que no hubiera más muerte en esta Tierra.

De Breviario de podredumbre.

1 comentario:

Joselu dijo...

Alegría de la tristeza, es una buena expresión de ese estado en que muchos nos sumimos, pero en Ciorán no me cabe duda de que, a pesar de su pesimismo, hubo una extraordinaria plenitud, y pienso que seguro que no hubiera renunciado ni a uno solo de los días de su vida, como yo. El dolor es tan hondo como los mares, y a veces nos nutrimos de él, somos en él. Y también la dicha a veces nos roza y sobrevolamos el mundo con una música extraña. Es el destino del hombre: ser barro y a la vez ser ángel.