Este es el título del libro de Raquel Lanseros que cayó ayer en mis manos. Aquí os dejo unos poemitas para ambientar el otoño.
LA MUJER QUE REZA
La anciana ha colocado
las flores sobre el borde del camino.
El luto difumina
las cruces negras como un túnel sin fondo.
Recuerdo los cerezos lamiendo mansamente
la piedra ahogada en los líquenes
de las tapias cansadas.
Mientras, la veo moverse.
Tiene manos inquietas de venas abultadas.
Murmura sin cesar una antigua plegaria
-perdónanos, Señor, nuestras ofensas-
tiñendo de esperanza
el silencio desierto de la tarde.
Parsimoniosamente va arrancando
con una fuerza inusual para sus años
las malas hierbas, los matojos silvestres
que salpican de olvido la pobre sepultura.
La suave brisa baila con las hojas.
Es una tarde roja, amarilla, celeste
y esto es en cualquier lugar.
El sol resbala lento hacia el ocaso.
De pie contra la luz agonizante
yo la sigo observando
acariciar despacio la tumba desvalida.
El tiempo desmayado no es más que una advertencia.
LA MUJER HERIDA
Solamente si alguna vez amaste
con uñas y con dientes,
sin red,
sin salvavidas,
aciertes a entender el vértido insondable
que se extiende a los pies del desengaño.
Ella creyó encontrar la fuente del principio
cuando lo conoció en medio de la tierra
sin más escudo que su piel de hombre
bruñida por el sol igual que el oro viejo.
Lo amó sin precipios ni preguntas,
tiernamente,
con esa gratitud voluptuosa
que provoca la lluvia en primavera.
Todo era tan sencillo.
Los versos plateados de poetas infinitos
parecían seguirla a todas partes,
como si el corazón se hubiera convertido
en un fiel animal domesticado.
Porque no existe nada que dure eternamente,
una noche aprendió, como tantos lo hicieran,
antes y después de ella,
que el amor es un río con cataratas propias
y remansos ajenos
que siempre desemboca en el océano.
Míralo de este modo: la vida te ha enseñado,
siguiendo su costumbre de incansable maestra,
cómo el alma dibuja
serenas cicatrices sobre viejas heridas.
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