martes, 13 de abril de 2010

Enseñar

Cuando estudiaba en el Instituto, los profes eran meros entes que entraban al aula y daban su clase, unos mejor, otros peor, pero cumplían su función. Y yo no me preocupaba de nada más. Ni siquiera imaginaba qué preocupaciones podían rondar por su cabeza, salvo cuando se presentaba en la clase algún sustituto joven y todos percibíamos su inseguridad y nos reíamos por lo bajini.
Pero en ningún momento se me ocurrió que el profesor no creyera en lo que enseñaba, ni que tuviera dudas acerca de lo que explicaba. Tampoco me cuestionaba la utilidad de lo que aprendía: reconozco que me gustaba estudiar y sobre todo, me gustaba aprender, así que no había ningún problema. Todo estaba en orden.
Hoy soy yo la que está del lado de la pizarra. Y me encanta mi trabajo. Y cuando me lo propongo, hasta se me da bien.
El problema viene cuando no creo en lo que enseño. Les hablo a mis alumnos de 2º de figuras retóricas, de complementos circunstanciales, de ortografía, de sustantivos, de verbos...y ellos me escuchan siempre atentamente, se implican, trabajan...a pesar de esto, no son buenos estudiantes, difícilmente podrán superar otro nivel que no sea la ESO, y seguramente, tras repetir varios cursos. Así que yo siento que les estoy engañando cuando les hablo de gramática, de ortografía, de literatura, cuando me paso las tardes, como la de hoy, preparándoles ejercicos para que aprendan las figuras retóricas.
Hoy me he enfadado con ellos cuando en realidad estaba enfada conmigo misma por no ser lo que ellos necesitan. Y por engañarles.
Aunque seguramente ellos sólo estaban pendientes de realizar los ejercicios para no tener un negativo, deseando que sonara el timbre para dejar de escuchar a la profe que hoy venía de mal humor.

4 comentarios:

Yolanda dijo...

En trabajos como el nuestro influye muchísimo el estado de ánimo. Hay días que estamos estupendos y todo nos sale bien, o al menos irradiamos optimismo, que es bastante contagioso. Lo malo es que el pesimismo y la tristeza tampoco se pueden ocultar y tiñen de oscuro cuanto hacemos o decimos. Hoy yo estaba triste porque ayer murió una buena amiga mía y no he sabido infundir dinamismo a mis clases, aunque las he dado bastante bien, creo. Me habría gustado ser más activa, pero no se puede mantener siempre el pabellón alto. Y eso es algo que también forma parte del aprendizaje, que es mucho más que asimilar contenidos. Nosotros tratamos de ser comprensivos y ayudar a los chavales cuando tienen problemas, así que es justo que ellos aprendan que somos humanos y que tenemos derecho a cierta dosis de empatía por su parte. Por supuesto dominamos las materias que impartimos, eso nadie lo duda. El sello personal es lo que nos diferencia. Antes, hace muchos años (o no tantos, según se mire), los profesores no se planteaban estas cuestiones. Daban sus clases, ponían las notas y poco más, nadie cuestionaba su labor ni tenían que ganarse el prestigio o la autoridad, les venía de serie. Hoy cada clase es una prueba y cuando creemos que no la hemos superado nos sentimos frustrados. Creo que nos exigimos demasiado, debemos ser más indulgentes con nosotros mismos.
Un saludo.

Toni Solano dijo...

De vez en cuando conviene ser forajidos y dejar de lado todas esas exigencias ridículas de los currículos y poner a los alumnos a trabajar sin lastres, y verlos disfrutar aprendiendo, haciendo cosas, y compartir con ellos el placer de salirse de la fila...

caperucitazul dijo...

Gracias por tu comentario Yolanda. Es evidente que no debemos exigirnos lo imposible. Creo que no me expliqué demasiado bien en el post, me refería a la sensación de no poder ofrecerles lo que necesitan. Me gusta ser profesora de Lnegua y Literatura, pero esos alumnos necesitan otra cosa. Sin embargo, me escuchan y se preocupan por aprobar, y eso me hace sentir culpable, como si les estuviéramos engañando. En fin, divagaciones de unos días nublados ;)
Siento lo de tu amiga. ¿Qué difícil, verdad, ponerse la sonrisa en la cara y dar clase? Si en el fondo somos actores. Yo al menos me coloco el traje de profe todas las mañanas. Abrazos.

Antonio: estoy totalmente de acuerdo contigo. Creo que me falta algo de espontaneidad en esto. Reconozco estar muy dispersa este año y esta situación me está pasando alguna factura en cuanto a la preparación de las clases.Un saludo y gracias por la visita.

Joselu dijo...

No es fácil ser profesor en estos tiempos en que la atención se mantiene durante periodos extraordinariamente cortos. La utilidad de lo que les enseñas es relativa: o muy alta o insignficante. Depende de ellos, de su tipología, del carácter del grupo, de su estado de ánimo, de la hora, del hambre que tengan, de la adrenalina que lleven encima... No es fácil, y hay que aprender a superar el desánimo si se puede. Yo he de aprender. Un cordial saludo.