domingo, 6 de diciembre de 2009

Manuel

Manuel tiene una mirada extraña y solitaria. Vino de Portugal, de un pueblecito cerca de Lisboa ,del que recuerda la luz de sus gente y las flores de las calles, y se instaló en una tierra lóbrega y desértica como es la de Almería. Allí ha pasado sus últimos 25 años; allí se casó y allí tuvo a sus dos hijos, de los que me habla con emoción pero también con el desapego del viajero que no ha sabido echar raíces en su propia familia.
Manuel ha conocido medio mundo: me relata sus viajes por Europa del Este, de la belleza de La Rochelle y la soberbia de Nueva York. Me cuenta que existe un pequeño territorio entre Turquía y Bulgaria que es la escenificación perfecta del paraíso y que allí le gustaría montar una granja, pero que también adora Brasil, a donde se iría sólo con su cámara de fotos, o quizás le gustaria instalarse en Escocia y aguantar como fuera mientras le quedara dinero. Pero al final, reconoce, irá hacia donde le tiren dos tetas, como todos los hombres. Y sonríe.
Manuel no ha estudiado, pero a sus 40 años, lo ha leído casi todo. Prepara una ensalada de tomate y queso (porque Manuel también es dueño de un restaurante) y entre bocado y bocado, hablamos de la relación entre literatura y arquitectura, de la necesidad de volver a la naturaleza, de su amor por las tierras del norte, de la historia de España y de la soledad del hombre. Porque Manuel se siente solo: ha dedicado toda su vida al trabajo y a viajar en busca de algo sin saber qué. Cuando regresó, se dio cuenta de que había perdido a su familia. Y entonces me habla de nuevo de su mujer (ahora ex), Helena (con H, como la griega) y de sus dos hijos. Me explica también de cómo la crisis le va a obligar a cerrar su restaurante. Y sonríe de nuevo mientras pincha un trozo de tomate.
Manuel quiere cerrar una etapa: ya no queda nada de lo que le ataba a esa ciudad calurosa, fea y deshumanizada que es Almería. Y se quiere marchar. Ha viajado mucho, aunque siempre regresaba al hogar. Pero sabe que antes de partir debe reconciliarse con los últimos 25 años de su vida. Después, quizá, podrá montar su granja en Bulgaria o su empresa de tomates en Brasil. Por lo pronto, se ha comprado un billete a Estambul: irá acompañado de su cámara de fotos y tirará instantaneas hasta que se aburra y decida que es hora de regresar y enfrentarse a lo que le queda del último cuarto de su vida. Para ambientarse, me cuenta que relee a Orham Pamuk. Y me habla de escritores portugueses mientras se bebe el último trago de cerveza y apura la ensalada de tomate y queso.

(A Manuel)

Caperucitazul está escuchando:


4 comentarios:

Joselu dijo...

Manuel expresa una concepción de la vida no ligada a las raíces ni a los lazos que la familia implica. En cierto sentido lo admiro. Me encantaría salir zumbando y recorrer mundo como él, ser un lobo solitario sin ligámenes, pero adoro también los momentos que paso con mis hijas por la noche charlando un ratito sobre las cosas y la vida. No puede alcanzarse todo. Hay quienes elegimos estar ligados de por vida y perdemos los horizontes, pero pensamos que merece la pena. Bien por Manuel. Y por su gusto por la literatura. Bienvenida esta nueva etapa del blog abierta a todo lo humano y lo que salga. Un cordial saludo.

caperucitazul dijo...

Gracias Joselu por tu visita. Manuel, aunque es alguien real, su persona representa casi a un personaje literario que eligió vivir literariamente, pero como la literatura y la vida la más de las veces son incompatibles, en los ojos tenía una tristeza como pocas veces he visto.
Un abrazo

Juliiiii dijo...

Muy bonita la recreación de esta entrevista (real/ficticia) con este hombre de miradas tan humanas (y literarias) que es Manuel.

caperucitazul dijo...

Gracias Juliii. Siempre es interesante encontrarse con personajes como Manuel.
Un abrazo